¿Y si el futuro del automóvil estuvo en el pasado? – Y lo destruimos a propósito
La historia del automóvil no es una línea recta de progreso. Es un camino lleno de bifurcaciones, renuncias, traiciones tecnológicas y decisiones estratégicas que nos han traído hasta aquí. Algunas veces, elegimos bien. Otras, no tanto. Pero hay un hecho que apenas se menciona en las grandes presentaciones de innovación: hubo un momento en que ya habíamos encontrado el futuro. Y lo destruimos. A propósito.
Cuando el coche eléctrico era el rey (y luego no)
Pongamos el reloj en marcha. Estamos en 1900. En ciudades como Nueva York o Londres, el 38% de los vehículos eran eléctricos. Otro 40% eran de vapor. Solo el 22% funcionaban con gasolina. No hacían ruido. No contaminaban. No necesitaban cambios de marcha. Y, sobre todo, eran más fáciles de conducir. Por eso, muchas mujeres de la alta sociedad preferían los eléctricos. Tenían clase. Silencio. Progreso.
Pero llegaron dos elementos que lo cambiaron todo:
¿De verdad innovamos? ¿O repetimos los mismos errores?)
Hoy, más de 120 años después, las marcas nos presentan cada coche eléctrico como si estuviésemos descubriendo Marte. Plataformas nativas, baterías modulares, cero emisiones… Todo suena futurista. Pero, en realidad, no estamos descubriendo el futuro. Estamos volviendo a él. La diferencia es que ahora el planeta está en llamas, la infraestructura eléctrica se tensiona, y el usuario desconfía porque el coche eléctrico llega más tarde, más caro y con más dudas que certezas. Lo que en 1900 fue natural, hoy es una obligación forzada. Lo más duro: este “futuro” no llega en manos de los tradicionales fabricantes europeos, sino de actores nuevos o marcas que han hecho su transición sin complejos, como BYD, Hyundai o Nio.
La industria se ha obcecado con pensar que el coche del futuro se define solo por lo que lleva bajo el capó. Pero el mayor problema no es tecnológico. Es estratégico. Es de visión de producto y de marca. Nos decimos sostenibles mientras lanzamos SUV de 2.500 kg. Hablamos de accesibilidad mientras empujamos los precios hacia los 40.000 €. Predicamos digitalización mientras seguimos diseñando procesos industriales que tardan 5 años en sacar un coche nuevo. ¿Dónde está la valentía? ¿Dónde el diseño honesto? ¿Dónde la innovación que piensa en la sociedad y no solo en el accionista? Aprender del pasado: dos casos que lo intentaron… y fracasaron1. General Motors EV1 (1996-1999) Uno de los eléctricos más prometedores de los 90. Cómodo, eficiente, adelantado a su tiempo. ¿Resultado? Cancelado. Retirado. Y destruido físicamente. GM recuperó las unidades arrendadas y las trituró en desguaces. ¿El motivo oficial? Falta de demanda. ¿El real? Falta de voluntad. 2. Renault Zoé (2012-2022) Un coche que llegó temprano, ganó terreno en Europa, y sin embargo, fue dejado en la cuneta. Mientras otras marcas ponían foco en electrificar de verdad, Renault acabó con uno de los modelos más icónicos y lo sustituyó por una estrategia más confusa, basada en el precio, no en la visión. Dos coches que podrían haber cambiado el curso de la historia. Y que fueron abandonados. ¿Qué pasaría si repensásemos el automóvil como una solución social y no solo como un objeto de deseo? ¿Qué diseño saldría si nos centrásemos en:
Los usuarios no son tontos. La Generación Z no quiere propiedad. La Generación Alfa probablemente no querrá coche. Y si lo quiere, no será por el logo, sino por lo que le ofrezca en términos de movilidad, conectividad y coherencia. La marca que entienda eso, redefinirá la categoría. Y ese cambio no vendrá de repetir fórmulas de 1995 con pantallas más grandes. Vendrá de pensar radicalmente distinto. Como se pensó en 1900. Como se pensó en los 90. Y como ya están pensando los chinos. Miguel Ángel Cobo Lozano Consultoría estratégica de automoción, diseño y posicionamiento de producto. Pensar el futuro requiere mirar sin filtros al pasado.
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