Cuando todo está bien… menos el mapa

Cuando todo está bien… menos el mapa

Hay ocasiones en las que todo parece estar a favor. El momento, el formato, el contenido, incluso el contexto cultural. Pero, simplemente, porque el lugar no puede acompañar.


Eso fue exactamente lo que ocurrió con el intento —valiente y muy trabajado— de traer a un pueblo de la España vaciada, Alcañiz, una ronda del European Le Mans Series, una de las competiciones de resistencia más prestigiosas del continente. Un campeonato con proyección internacional, equipos de referencia y pilotos con trayectoria en Le Mans. Un producto que, sobre el papel, tenía todos los ingredientes para funcionar. Y, en gran parte, los tuvo.


Desde el primer momento, el planteamiento fue firme. El circuito apostó fuerte, multiplicando por diez la inversión en promoción respecto a otros circuitos. Se construyó una narrativa atractiva, se fue más allá de los canales convencionales y se ejecutó una campaña que llamó la atención por su creatividad y su alcance.


Uno de los movimientos más aplaudidos fue el vínculo con el estreno de la película Gran Turismo, que coincidía en fechas con el evento. Aprovechando esa ola mediática, se colocaron anuncios del campeonato en salas de cine antes del inicio de la película, justo cuando el público estaba emocionalmente conectado con el mundo de la resistencia. Un golpe maestro. Porque el mensaje no solo llegaba al target perfecto, sino que lo hacía en el momento exacto y con la atmósfera adecuada.


Y no fue sencillo. Para conseguir esa visibilidad, hubo que ampliar el radio de acción hasta casi tres horas de carretera. Porque en los alrededores del circuito —en menos de 100 km a la redonda— no hay ni una sola sala de cine. Aun así, se hizo. Se negoció. Se ejecutó. Y funcionó: las entradas se movieron, las menciones crecieron, la atención del público fue una de las más altas para un evento de este tipo en España.
​

Pero nadie puede inventarse lo que no existe

Todo parecía alineado. La categoría, el calendario, la película, la campaña, la estrategia. Todo. Todo menos el mapa.
A medida que se acercaba la fecha, empezaron a aparecer los límites reales del territorio. No había alojamientos. Literalmente. Ni para los espectadores, ni para los equipos, ni siquiera para la propia organización. Y esto último fue especialmente significativo: el propio equipo organizador del campeonato, que conoce la fecha con antelación y planifica con tiempo, no pudo encontrar plazas hoteleras cercanas. Y no coincidía con ningún puente ni gran evento paralelo. Simplemente, no hay red hotelera.


Muchos equipos lo descubrieron tarde. Muy tarde. Algunos asumieron largas distancias. Otros optaron por soluciones improvisadas. Pero el impacto fue inevitable. Porque cuando ni siquiera los actores principales del evento pueden alojarse en condiciones, el problema no es de gestión. Es de estructura.


Y no fue un caso aislado. Otras organizaciones lo han reconocido después: al llegar, la impresión era clara. La pista estaba bien. El personal, también. Pero alrededor… nada. Una sensación de vacío. De estar en un lugar donde se puede correr, pero no quedarse. Donde todo está preparado para el día, pero no para la experiencia completa.



Ningún briefing de organización internacional dice “comprueba si hay más de 250 camas disponibles a 80 km a la redonda”.. O si existen proveedores locales con experiencia en eventos del más alto nivel. Pero quizás debería. Porque cuando se trabaja con un producto internacional, cada parte cuenta. Y si el entorno no permite dar ese salto cualitativo, el proyecto se resiente. Por muy buena que sea la campaña. Por mucho que se aproveche el momentum cultural perfecto. Por más innovación que haya en cada paso.


Lo que ocurrió con ELMS fue una demostración de que se puede acertar en todo —producto, comunicación, inversión, narrativa, hasta timing— y aun así, si el mapa no acompaña, el resultado se enfría.