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MotorLand: milagros en mitad de la nada

6/6/2025

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MotorLand: milagros en mitad de la nada

El futuro de MotorLand

El futuro de MotorLand y la MotoGP

Hay circuitos que nacen de la industria, otros del dinero, otros de la historia… y luego está MotorLand. Un circuito internacional en mitad del desierto turolense. Así, sin rodeos. Mientras otras ciudades compiten por atraer MotoGP con argumentos sólidos –tejido empresarial, aeropuertos, magnates bien relacionados o una infraestructura turística notable–, Alcañiz no tiene nada de eso. Y, sin embargo, tiene algo que las demás no pueden comprar: milagro.

Porque que MotoGP de Aragón aterrice en un pueblo aislado, sin tren, sin autopista, sin aeropuerto, sin taxis… y donde en grandes eventos, el hotel más cercano con disponibilidad suele estar a más de una hora y media en coche, no puede explicarse desde la lógica empresarial. Ocurre por otras razones, ánimo de lucha y,  quizás por haber contado, en su momento, con la habilidad de contratar a una persona muy bien conectada –familiar directa del fundador de Dorna, criada entre paddocks y gasolina– que supo mover las piezas con precisión suiza. El circuito estaba en el mapa, la fecha libre apareció… y la magia hizo el resto.

Pero los milagros no son eternos. Esa persona ya no está. MotoGP de Aragón seguirá hasta 2027, gracias a contratos que, aunque confidenciales, no son exactamente una “rotación ibérica” como se indica en los medios de comunicación habituales. El calendario internacional va cambiando, y Dorna – con lógica empresarial – busca expandirse a nuevos países, reducir la saturación de eventos en España y explorar nuevos mercados.

Barcelona es intocable: nació casi de la mano del CEO de Dorna, en el terreno de su cuñado. Jerez es meca y símbolo, además de estar mejor conectada con ciertos vínculos no visibles y que no puedo explicar. Valencia lo está haciendo realmente bien. ¿Y Alcañiz? Pues Alcañiz sigue siendo un milagro., un superviviente orgulloso.
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El futuro económico de MotorLand Aragón

Y sin embargo, hubo una idea brillante: reconocieron lo evidente: no somos una metrópolis, estamos aislados y desconectados. Así que apostaron por lo que sí se podía ser.

​Se quiso transformar MotorLand en un gran centro de desarrollo tecnológico y de pruebas confidenciales que asegurara el futuro económico de MotorLand Aragón.

Un complejo de 350 hectáreas, totalmente aislado, puede parecer un problema para el deporte de élite, pero en ciertos contextos, es una auténtica joya europea. Su ubicación –alejada, discreta, con múltiples pistas y una densidad de población mínima– ofrecía justo lo que muchas marcas buscan cuando necesitan desarrollar proyectos con la máxima confidencialidad. Lo que para las grandes competiciones resultaba un obstáculo –como ocurrió con la European Le Mans Series, que terminó marchándose, frustados ante la imposibilidad de alojar a equipos y organización a menos de una hora de distancia– se transformaba aquí en una ventaja estratégica.

Y funcionó. Varios gigantes industriales se interesaron, se firmaron acuerdos, se realizaron inversiones millonarias, hubo movimientos reales. Pero entonces ocurrió algo muy... humano.

Porque en un pueblo como este, todo se sabe. Y no por malicia, sino por cariño. Aquí el camarero pregunta con interés, la dependienta sonríe sabiendo quién eres, y el periódico local celebra cada visita ilustre como si fuese una boda real. Un proyecto basado en la confidencialidad absoluta no encaja bien en un lugar donde todos se saludan por su nombre.

A veces, el pueblo ya sabe que alguien importante vendrá… incluso antes de que se confirme la visita. Un cambio en el pedido del catering, una reserva distinta en el hotel o un comentario al pasar en una limpieza rutinaria bastan para encender las alarmas. No es indiscreción, es cercanía: aquí todo se comparte, sin querer, incluso lo confidencial.
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Un ejemplo basta: unos técnicos de una gran marca de automóviles visitaron MotorLand de forma discreta. Al ir a comer al pueblo, el camarero les habló –con entusiasmo y detalle– del proyecto que supuestamente nadie conocía. No hubo mala intención. Solo cercanía. Pero aquello, para quien necesita absoluta discreción, fue un motivo de peso para recular.

Durante un tiempo, pareció abrirse una puerta. El enfoque tecnológico despertó interés, se tomaron decisiones valientes, incluso se firmaron compromisos importantes. Pero con el paso del tiempo y nuevas formas de entender el futuro del recinto, aquella vía fue perdiendo peso. 

Quizás no era el momento, o quizás no encajaba en una hoja de ruta diferente. Lo cierto es que, como ocurre tantas veces en esta tierra, las buenas ideas no siempre encuentran el entorno para desarrollarse con continuidad.

Alcañiz es un lugar que, por ser como es –humilde, acogedor, cercano– a veces no encaja con lo que exige el mundo moderno. Un lugar que ha luchado contra todo y contra todos. Un lugar que ha logrado tener una MotoGP cuando nadie apostaba por él. Y que sigue soñando, aunque sepa que los milagros no se programan.

Ojalá algún día llegue un valiente inversor que pise estas tierras, no pensando con la cartera, sino con el corazón. Que entienda que aquí no hay red… pero sí raíces. Y que lo que falta de autopistas, sobra de alma. Hasta entonces, seguiremos celebrando cada curva. Porque en este rincón de Teruel, donde no hay ni taxis ni trenes, lo que sí hay… es orgullo.
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