¿Por qué como ingeniero ya no vives tan bien como lo hicieron tus padres o abuelos?
Ser ingeniero, en el imaginario colectivo de los años 70, 80 e incluso 90, equivalía a tener asegurada una vida de estabilidad, prestigio y prosperidad. Sin embargo, en 2025 la percepción es muy distinta: cada vez más ingenieros sienten que, pese a su esfuerzo y formación, su nivel de vida no alcanza ni de lejos al de generaciones anteriores. ¿Cómo es posible que con más estudios, más tecnología y más oportunidades globales, un ingeniero hoy viva con más incertidumbre económica que un trabajador con estudios básicos en la España de los 80 o en la Latinoamérica de la posguerra industrial?
La respuesta no es simple, porque combina factores estructurales de la economía global, cambios culturales en la valoración de las profesiones técnicas y un sistema que ha evolucionado hacia la precariedad, incluso en sectores tradicionalmente sólidos como la ingeniería. Vamos a desmenuzarlo. El pasado: cuando un título abría todas las puertas
En los años de bonanza económica, tanto en España como en buena parte de Latinoamérica, el acceso a la universidad era reducido. Ser ingeniero equivalía a pertenecer a una élite profesional. La oferta de titulados era baja, la demanda industrial era alta, y el resultado era que un recién graduado entraba a una empresa con contrato indefinido, progresión de carrera y capacidad de acceder rápidamente a vivienda y estabilidad.
Un ejemplo claro: en España, en los años 80, un ingeniero recién titulado podía comprar una vivienda en zonas urbanas con apenas 3 o 4 años de ahorro. Hoy, ese mismo perfil necesitaría, de media, más de 10 años de ingresos íntegros para adquirir un piso en las grandes ciudades. En países como México, Argentina o Colombia, la brecha es aún más evidente: las familias de clase media lograban movilidad social con un solo salario técnico, mientras que ahora ni dos ingresos universitarios garantizan esa tranquilidad. La inflación oculta: salarios estancados, coste de vida disparado
El dato más revelador es que los salarios de los ingenieros apenas han crecido en términos reales en las últimas dos décadas. Ajustados por inflación, en España un ingeniero junior de 2025 cobra prácticamente lo mismo que uno de 2005, mientras que el precio de la vivienda, la energía y los bienes básicos se ha multiplicado.
En Latinoamérica, la situación es aún más dura: la inflación estructural y las devaluaciones periódicas convierten los salarios técnicos en algo frágil. Un ingeniero que en los 90 podía sostener a toda una familia con holgura, hoy muchas veces necesita complementar ingresos con trabajos paralelos, freelance o migrando a otro país. La paradoja es brutal: nunca hubo tantos ingenieros bien formados, y nunca su trabajo tuvo tan poco impacto directo en su calidad de vida. La sobreproducción de titulados y la competencia global
Uno de los cambios más profundos es la masificación universitaria. Lo que antes era un título escaso y prestigioso, ahora es común. En España, mientras en los 70 apenas un 8% de la población tenía estudios universitarios, hoy supera el 30%. En Latinoamérica, países como Chile o Argentina han democratizado el acceso a la educación superior, lo que ha generado un exceso relativo de ingenieros frente a las oportunidades de empleo de calidad.
La globalización, además, ha cambiado las reglas del juego: un ingeniero en España compite con ingenieros de India, México o Europa del Este, muchas veces con salarios mucho más bajos. Esto empuja a las multinacionales a deslocalizar tareas de ingeniería “commodity” a centros de bajo coste, dejando en los países desarrollados solo la parte estratégica, que no siempre absorbe a toda la mano de obra local. El espejismo de la estabilidad y el fin del contrato indefinido
Si antes el destino natural de un ingeniero era entrar en una gran empresa y crecer allí toda su carrera, hoy el escenario es radicalmente distinto. La temporalidad, los contratos por proyecto y la subcontratación son la norma. Incluso en sectores tan sólidos como la automoción o la energía, las empresas externalizan parte del desarrollo a consultoras o proveedores, lo que diluye el poder adquisitivo del ingeniero y precariza su estatus.
En Latinoamérica, la figura del “contrato basura” se traduce en modalidades de prestación de servicios, donde el ingeniero no tiene seguridad social plena ni garantías de continuidad. El resultado es que el “ascensor social” que funcionaba en la generación de nuestros padres se ha roto. Hay un elemento cultural clave: la ingeniería ha perdido parte de su aura. En el pasado, ser ingeniero era sinónimo de prestigio social, de ser parte de la construcción de país. Hoy, en un mundo dominado por el marketing, la economía digital y las startups, el ingeniero tradicional muchas veces es visto como un técnico más, reemplazable y menos glamuroso que un emprendedor tecnológico. Esto no significa que la ingeniería no sea crucial; al contrario, nunca fue tan necesaria. Pero la sociedad actual premia más la visibilidad, la capacidad de monetizar ideas rápidamente y la flexibilidad que la profundidad técnica a largo plazo. España y Latinoamérica: diferencias y similitudes
Aunque las realidades son distintas, hay puntos en común:
En España, el gran problema es la brecha entre salarios y coste de vida, especialmente en vivienda. La emigración de ingenieros hacia Alemania, Reino Unido o los países nórdicos es prueba de que la formación existe, pero el mercado local no la recompensa. En Latinoamérica, la dificultad está en la inestabilidad estructural: crisis recurrentes, inflaciones descontroladas y falta de inversión en I+D convierten la ingeniería en un esfuerzo de resistencia. Muchos jóvenes ingenieros sueñan con migrar a Estados Unidos, Europa o incluso a otros países de la región donde las condiciones sean algo mejores. El denominador común es que el título ya no garantiza la prosperidad automática. La respuesta pasa por adaptarse a un contexto distinto. El ingeniero que prospere ya no será el que simplemente ejecute, sino el que entienda el negocio, conecte lo técnico con lo estratégico y sepa moverse en entornos globales. La clave está en diversificar habilidades: idiomas, visión de negocio, networking y capacidad de liderazgo. Las generaciones anteriores no necesitaban diferenciarse tanto: la economía lo hacía por ellos. Hoy, en cambio, un ingeniero debe pensar como un profesional híbrido, con pies en la técnica y en la gestión. Los ingenieros ya no viven tan bien como sus padres o abuelos porque el mundo ha cambiado en sus reglas más profundas: inflación disparada, salarios estancados, exceso de titulados, globalización y pérdida de prestigio social. Sin embargo, la ingeniería sigue siendo una de las profesiones con más potencial, siempre que el ingeniero moderno sepa reconvertirse en un perfil de alto valor estratégico. Y aquí es donde entran las mentorías de desarrollo profesional en automoción. Si lo que buscas es aprovechar tu ventaja técnica para ascender, ganar influencia y mejorar tu trayectoria laboral, no basta con ser buen ingeniero: necesitas visión de negocio, estrategia y acompañamiento. Ese es el salto que marca la diferencia. Preguntas frecuentes sobre la vida del ingeniero hoy
¿Por qué los ingenieros ganaban más antes? Porque había menos titulados, más demanda industrial y un contexto económico con salarios estables y vivienda asequible. Hoy la sobreoferta, la inflación y la globalización han cambiado las reglas.
¿En qué países de Latinoamérica es más difícil vivir como ingeniero? En economías con mayor inflación e inestabilidad, como Argentina o Venezuela, la situación es más crítica. Países como Chile o México ofrecen mejores oportunidades, pero aún por debajo de lo que representaba la ingeniería hace décadas. ¿Un ingeniero en España puede tener el mismo nivel de vida que sus padres? Es posible, pero con más esfuerzo y más diversificación de ingresos. Emigrar, formarse en áreas de negocio o acceder a sectores punteros como software y automoción avanzada son caminos habituales. ¿Qué habilidades necesita hoy un ingeniero para prosperar? Además de las técnicas, son claves las habilidades blandas: liderazgo, idiomas, visión estratégica y comprensión de negocio. El ingeniero de 2025 debe ser híbrido. Miguel Ángel Cobo – CEO Shevret & MotorLand Aragón, PM Audi & Nissan, CMO y PM Purista Hypercars.
Entendí antes que nadie que la ingeniería, por sí sola, ya no basta: lo que marca la diferencia es convertir la técnica en estrategia y saber moverse en un mundo global.
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